Definitivamente la afectividad materna y la afectividad
paterna son muy diferentes entre sí, pero a la vez son complementarias y se
requiere de las dos para el saludable desarrollo de la personalidad de los
hijos. Es como preparar un café; si usas dos tazas de tinto obtendrás un tinto
doble, y si usas dos tazas de leche obtendrás dos porciones de leche en un
mismo recipiente; nunca obtendrás un café hasta que mezcles una taza de leche
con una de tinto (según como lo preparan en algunas regiones de Colombia).
Así es el diseño original de la familia. Un hijo crecerá en
un desarrollo saludable cuando dos personas maduras que se unen correctamente
en un matrimonio responsable, ofrecen a sus hijos todas las condiciones
psicosociales necesarias; ello implica que ese hijo o hija no adolezca de
ninguna de las afectividades de sus progenitores (paterna y materna), y que
éstos a su vez, propicien el ambiente de respeto, armonía y espiritualidad
necesarios dentro del hogar, para la apropiada estructuración de la
personalidad de los hijos.
Cierto es que muchos hijos no cuentan para su crianza con
sus dos progenitores, aunque eso sí fue necesario para su concepción; pero
quienes han crecido con la ausencia de uno de sus padres, han experimentado a través
de su historia muchos vacíos, temores, y falencias, que hubieran podido
superarse debidamente si hubiesen contado con la apropiada asistencia integral
de su padre y de su madre.
Por lo anterior debo decir que, llegar a pensar que es mejor tener dos papás a
tener una sola mamá, o tener dos mamás en lugar de un padre, no es más que un
mito; un mito que en aras de alimentar el voraz y egoísta apetito de la
inadecuada administración sexual de algunos, nos quieren vender como un
significativo avance social; afirmando que pensar lo contrario es ser
retrógrado; como si la historia de la humanidad en sus tiempos más remotos no
hubiera dejado profundas huellas aleccionadoras de los serios efectos
colaterales que deja la inmoralidad sexual en la especie humana.
Luis Molano
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