¿QUIEN ESTÁ CUIDANDO TU VIÑA?




Las exigencias que encara el ejecutivo de hoy no le son extrañas al pastor. Ellos también se encuentran sumergidos en diferentes presiones y actividades que consumen gran parte de su tiempo y hacen que a menudo, consideren su trabajo como la prioridad número uno, pero, ¿Qué pasa con la familia?

Varias son las similitudes entre un pastor y un ejecutivo, pero la más alarmante de todas es la riesgosa posición de sus familias. Ningún pastor puede pretender que su hogar permanezca estable sin la cuidadosa atención que éste merece y necesita, y que sólo él puede darle. A raíz del temor de llegar a perder el empleo, se puede llegar a descuidar tanto la familia que ésta termine sufriendo consecuencias devastadoras. Estamos viendo entre los pastores hogares destruidos, tanto en las iglesias como en las organizaciones paraeclesiásticas. Los mismos hogares que eran considerados modelos de moralidad y estabilidad están comenzando a resquebrajarse.
Nuestra propia honestidad y lógica nos obliga a mirar el mandato paulino de que "… el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Co. 10.12).
Nosotros los pastores, nos vemos en la necesidad de equilibrar las obligaciones de la iglesia y las responsabilidades de la familia; si no lo hacemos terminaremos lamentándonos con la sulamita: "Me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé" (Ct. 1.6).
Al igual que los ejecutivos, nosotros tenemos empuje, ambiciones, capacidad y un propósito en la vida. Tendemos a vernos frente a una escalera con varios escalones por subir –presupuestos crecientes, número de miembros en aumento, asientos repletos, entrenamientos de discipulado–. Nos consideramos exitosos cuando obtenemos informes positivos en estas áreas.
Pero a medida que ascendemos en la carrera del éxito, podemos, sin reflexionar, comenzar a trabajar 10, 12 ó 14 horas por día, y dejar que nuestras familias queden relegadas a un segundo lugar. Hasta en nuestras conversaciones en casa no hablamos más que de la iglesia, su gente y sus desafíos.
¡Qué trágico es que los pastores jueguen el juego de la iglesia, "sumando puntos" para ganar el campeonato. Nuestros hogares suelen verse relegados a ser simple vestuarios donde colgamos nuestros sacos, tomamos una ducha y nos cambiamos de ropa. Necesitamos separar el ministerio de nuestra vida en familia.
El Dr. J. Allan Petersen cuenta acerca de un pastor que se identificaba tanto con los 500 miembros de su congregación que solía llevar los problemas de ellos a su casa. Por estar enredado en los asuntos de otros, dejó de lado sus obligaciones de buen padre y esposo. Una noche, cuando su carga era especialmente pesada, su esposa saltó de la cama exclamando: "¡Esta cama no es lo suficientemente grande para 502 personas!". Entonces él comprendió. Nuestras familias necesitan de nuestra atención personal: nuestras esposas, amor; y nuestros hijos, estímulo. Debemos hacerle saber a cada miembro de la familia que hay un hombre en la casa que lo considera especial, un regalo del Señor.
La esposa de un cirujano le preguntó a su esposo: "¿Qué pensamientos se cruzan por tu mente cuando operas a alguno de nosotros; por ejemplo a mí o a uno de nuestros hijos?".
–"No hago ninguna diferencia", dijo él.
–"¿Cómo puedes evitarlo?"
–"Simplemente me desenchufo".
Entonces ella le preguntó: "¿Por qué no te acuerdas de desenchufarte cuando llegas a casa?"
Muchas esposas se han alejado de sus actividades en la iglesia porque sus esposos pastores no supieron separar el ministerio de la vida de hogar.Deberíamos reconocer cada señal de comunicación que nos envían nuestras familias. Necesitamos estar tan perfectamente sintonizados con los que nos rodean como para responder al llanto más quedo, a la pregunta más ilógica, a la herida más superficial. De otra manera nuestro matrimonio y familia estarán en peligro.
Hace algunos años nuestra hija más pequeña, que en ese entonces tenía 17 años, me preguntó: "Papá, ¿podremos desayunar juntos mañana?"
–"Seguro, Bárbara" –le dije– "¿Adónde te gustaría ir?"
–"A cualquier parte".
Nos pusimos de acuerdo para levantarnos a las 7 y fuimos a un lugar a comer panqueques. Ella se sentó de un lado de la mesa, yo del otro, e hicimos nuestro pedido. Entonces vi sus labios temblorosos. Mi pequeña niña estaba luchando con profundas emociones, y no podía hablar.
–"¿Qué pasa, Bárbara?" –le pregunté. Antes de que ella respondiera, mi mente ya había repasado todas las posibles cosas que podrían haber estado tironeando de su corazón femenino. Pero se ve que pasé una por alto.
Cuando ella pudo hablar, dijo: "Papá, últimamente no nos estamos comunicando demasiado bien. Hay algo que anda mal y pienso que deberíamos hablar de ello".
En cierto sentido me sentí aliviado al pensar que nuestro tema de conversación no iba a incluir algunos de aquellos problemas que yo presentía, pero me sentí muy mal de que fuera mi hija la que tuviera que reclamar una mayor comunicación.
¡Qué descuidado me había vuelto con mi familia! Después de eso aprendí a hacer un esfuerzo especial para reconocer las señales.
Los pastores deberían reservar tiempo en sus agendas para uso exclusivo con sus familias, y guardar celosamente esas citas. Quizás sea tiempo de tratar de tener un rato especial con cada miembro, a fin de discutir abierta y honestamente nuestras experiencias diarias, presiones, problemas y bendiciones.
Somos responsables de cultivar una mutua estimación y respeto en nuestros matrimonios, asociado a una unidad de servicio a Jesucristo.
"Y dijo Jehová: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él". (Gn. 2.18).
El plan de Dios requería el matrimonio, y un matrimonio ideal es como la esfera de la tierra dividida por el ecuador. En el matrimonio, la superficie entre los "hemisferios" humanos puede ser extremadamente resbaladiza. Hace falta tiempo, meses y años, para que esa unión (aun la de un pastor) se convierta en una esfera perfecta.
Cada cónyuge debe ver al otro como algo muy importante. Ambos deben trabajar juntos en equipo, mostrándose respeto, elogiándose, honrándose y admirándose el uno al otro. Esto lo desarrollamos guardando nuestras vidas espirituales, cuidando de nuestro atractivo físico, identificándonos con el trabajo del otro y siendo corteses tanto en el hogar como fuera de él. El no hacer todo esto redunda en peligro para cualquier matrimonio, y está siendo demasiado común en la actualidad.
Como pastores podemos llegar a volvernos orgullosos y descuidados en nuestros ministerios. Nuestros parroquianos nos alaban; el público en general nos otorga algunos laureles; nosotros exhibimos nuestros diplomas y grados. Todo esto sirve de contrapeso a cualquier crítica dirigida a nosotros.
Por otra parte, son pocas las veces en que la esposa del pastor recibe una alabanza. Generalmente absorbe la crítica que los miembros de la iglesia no se atreven a mencionar al pastor. Nos imaginamos que debe de estar satisfecha en su rol de ama de casa, madre y esposa de pastor, y generalmente, éste es un camino muy solitario.
Sin darse cuenta, un pastor pierde contacto con su esposa en la medida que la iglesia comienza a crecer y la gente a responder. Carlos Swindoll, pastor de la Primera Iglesia Evangélica Libre de Fullerton, California, confesó recientemente frente a un grupo de ministros que esto le había ocurrido hacía varios años.
Una noche su esposa se lo planteó y le expresó sus sentimientos. La conversación continuó durante toda la madrugada, hasta la mañana siguiente. Al principio, él se puso a la defensiva, luego pensó: "Yo he sido el barco de guerra y mi esposa era el bote atado detrás".
¿Refleja esto nuestra propia actitud y comportamiento?
Cierto ministro tuvo la oportunidad de viajar extensamente a través de su país y alrededor del mundo. Se relacionó muy bien con líderes de negocios, diplomáticos y personas de la nobleza internacional. Su esposa lo acompañaba raras veces, ya que prefería quedarse en casa con los chicos y orar por su marido. Este hombre se hizo muy famoso a través de sus conferencias, convenciones y reuniones internacionales. Muy pronto comenzaron a alabarlo, y repentinamente su mujer dejó de estar a su altura. Sobrevino la separación, y el ministerio de este hombre se vio mancillado.
Todo esto no era necesario. Gran parte del éxito de un pastor es el resultado de las oraciones, la constancia, el estímulo y la corrección de su esposa. El contentamiento de ella depende de que su marido esté reconociéndola como su ayuda.
Quizás no hay nadie en toda la iglesia que tenga una labor más difícil que la de la esposa del pastor. Pero si su marido la alaba (Pr. 31.28), ella será su apoyo más grande. Ella será bendecida al saber que ambos sirven a Cristo.
Debemos comprender que el modelo de nuestra vida de familia supera a nuestros mejores mensajes. La iglesia mira más allá del sermón y observa el hogar. Esto no significa que tengamos que estarles recordando siempre a nuestros hijos que son "hijos de pastor". Significa, sin embargo, que un pastor debería ser un líder espiritual tanto en su casa como en la iglesia.
Esto exige el cultivar un buen ejemplo, un corazón amoroso y servicial, y una vida centrada en Cristo. Si tenemos familias cristianas fuertes en la casa de pastor, habrá mayor fuerza en los hogares de los parroquianos.
El Dr. Barry Sanford Grieff, de la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad de Harvard dijo en cierta ocasión: "Pienso que la familia es el ancla en potencia de este mundo tan fugaz. Todo lo demás está cambiando dramáticamente. Cambiamos de empleo, cambiamos de amigos, cambiamos de estilo, cambiamos casi todo. Pero el único factor estabilizador que le da algún significado histórico a la vida de las personas es la familia".
Como pastores, debemos comunicarles este mensaje a nuestra gente. Es escandaloso que la familia de un pastor se derrumbe porque el padre descuida su hogar. Pero estos naufragios abundan. Los púlpitos vacíos se multiplican.
Cuando hayamos pasado 30 o más años en el ministerio y descubramos que es hora de que le pasemos el trabajo a un hombre más joven y nuestras iglesias pasen a ser un mero reflejo en nuestra memoria, espero que tengamos el privilegio de ver a nuestras familias fuertemente unidas en amor y servicio al Señor.
por David Gotaas
© Moody Monthly, 1983.
Usado con permiso.
Apuntes Pastorales, Vol. III, número 4

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este es un gran articulo, que Dios nos ayude a recordarlo SIEMPRE.