La tarea de consejero pastoral es, para mí, una fascinante oportunidad de ayudar a la gente en la aplicación práctica de los principios establecidos en la Biblia. Algunas personas pueden aceptar los principios tal cual han sido expuestos en la predicación en la iglesia y aplicarlos a su manera. Otros, debido a su formación, temperamento y demás factores, necesitan ayuda personal para aplicar las enseñanzas correctamente. Cuando las personas acuden al médico o al dentista, lo hacen buscando básicamente dos cosas: diagnóstico y tratamiento. De manera similar ocurre con las personas que recurren a un consejero. Quieren un diagnóstico a su problema y piensan que el consejero puede darlo más objetivamente, debido a su entrenamiento y experiencia, y porque no está emocionalmente involucrado. Cuando la gente recurre al consejero generalmente se lo imagina dándoles un remedio basado en la Palabra de Dios. En realidad, el secreto de la terapia depende del paciente. Si toma el remedio —los principios establecidos por Dios, y se apropia del poder de Dios para aplicarlo a su vida y matrimonio—, puede esperar un pronóstico favorable y curarse. Por esa razón, no siempre la tarea del consejero se ve coronada por el éxito. A veces las personas rehúsan aceptar e incorporar a su vida los principios de Dios. Otras veces concuerdan con el consejero en que los principios son buenos pero son tan obstinadamente tercos que rehúsan cambiar sus hábitos de vida por los hábitos que exige Dios. Un médico nada puede hacer por un obstinado que se niega a cambiar sus hábitos alimentarios. Nada tampoco puede hacer un consejero por una persona egoísta, dominante, temible, licenciosa, a menos que reconozca sus defectos a la luz de la Palabra de Dios y le pida a Dios el poder necesario para cambiar sus hábitos y manera de vivir.
Tomado del libro “Casados pero felices” de Tim LaHaye
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